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  • Foto del escritorManuel Arenilla Sáez

El ministerial (Fígaro, 1866)

Actualizado: 22 jul 2019


El ministerial podrá no ser hombre, pero se le parece mucho, por de fuera sobre todo: la misiva fachada, el exterior mismo. Por supuesto, no es planta, porque no se cría ni se coge; más bien pertenecería al reino mineral, lo uno porque el ministerialismo tiene algo de mina, y lo otro porque se forma y crece por superposición de capas; lo que son las diversas capas superpuestas en el reino mineral, son los empleos aglomerados en él: a fuerza de capas medra un mineral, a fuerza de empleos crece un ministerial; pero en rigor tampoco pertenece a este reino. Con respecto al reino animal somos harto urbanos, sea dicho con terror suyo, para colocar al ministerial en él. En realidad, el ministerial más tiene de artefacto que de otra cosa. No se cría, sino que se hace, se confecciona. La primera materia, la masa, es un hombre. Coja usted un hombre (si es usted ministro, se entiende, porque si no, no sale nada), sonríasele usted un rato, y le verá usted ir tomando forma como el pintor ve salir del lienzo la figura con una sola pincelada. Déle usted un toque de esperanzas, derecho al corazón, un ligero barniz de nombramiento, y un color pronunciado de empleo, y le ve usted irse doblando en la mano como una hoja sensitiva, encorvar la espalda, hacer atrás un pie, inclinar la frente, reír a todo lo que diga: y ya tiene usted hecho un ministerial. Por aquí se ve que la confección del ministerial tiene mucho de sublime, como lo entiende Longino. Dios dijo: «Fiat lux, et lux facta fuit». Se sonrió un ministro, y quedó hecho un ministerial. Dios hizo al hombre a su semejanza, por más que diga Voltaire que fue al revés: así también un ministro hace un ministerial a imitación suya. Una vez hecho, le sucede lo que al famoso escultor griego que se enamoró de su hechura, o lo que al Supremo Hacedor, de quien dice la Biblia a cada creación concluida: «Et vidit Deus quod erat bonum». Hizo el ministro su ministerial, y vio lo que era bueno […].


Aquí es donde empieza el ministerial a participar de todos los reinos de la naturaleza. Es mona por una parte de suyo imitadora: vive de remedo. Mira al amo de hito en hito: ¿Hace éste un gesto? Miradle reproducido como un espejo en la fisonomía del ministerial. ¿Se levanta el amo? La mona al punto monta a caballo. ¿Se sienta el amo? Abajo la mona.

Es papagayo por otra parte; palabra soltada por el que le enseña, palabra repetida. Sucédele así lo que a aquel loro de quien cuenta Jouy que, habiendo escapado con vida de una batalla naval, a que se halló casualmente, quedó para toda su vida repitiendo, lleno de terror, el cañoneo que había oído: «¡Pum! ¡pum! ¡pum!», sin nunca salir de esto. El ministerial no sabe más que este cañoneo: «La España no está madura; no es oportuno; pido la palabra en contra; no se crea que al tomar la palabra lo hago para impugnar la petición, sino sólo sí para hacer algunas observaciones», etc., etc. […].


Es cangrejo porque se vuelve atrás de sus mismas opiniones francamente, abeja en el chupar, reptil en el serpentear, mimbre en lo flexible, aire en el colarse, agua en seguir la corriente, espino en el agarrarse a todo, aguja imantada en girar siempre hacia su norte, girasol en mirar al que alumbra, muy buen cristiano en no votar; y seméjase, en fin, por lo mismo al camello en poder pasar largos días de abstinencia; así es que en la votación más decidida álzase el ministerial y exclama: «Me abstengo»; pero, como aquel animal, sin perjuicio de desquitarse de la larga abstinencia a la primera ocasión.

El ministerial anda a paso de reforma; es decir, que más parece que se columpia, sin moverse de un sitio, que no que anda […].


Revista Española, n.º 332, 16 de septiembre de 1834. Firmado: Fígaro.


Larra, M. J. (1866) Obras completas de Fígaro (Don Mariano José de Larra). Tomo I. París: Baudry Librería Europea, 3ªedición, p. 460-4.





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