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  • Foto del escritorManuel Arenilla Sáez

Las enseñanzas de la pandemia

La actual pandemia ha aportado alguna cuestión positiva para el ámbito público y social a la luz de lo que apuntan algunos analistas. No obstante, hay que señalar que todavía es pronto para poder distinguir lo que pueden ser fenómenos aislados de lo que son tendencias consolidables en el futuro. Entre los progresos que se han podido constatar encontramos que se han producido grandes avances científicos, especialmente relacionados con la búsqueda de la vacuna, debidos a la colaboración transfronteriza en el sector privado, a menudo al margen de los gobiernos. Para ello han sido muy útiles las redes de investigadores existentes en los más diversos campos que, además, han actuado de una manera interdisciplinaria. No obstante, han surgido algunos problemas como estamos ahora comprobando durante la fase de la distribución de las vacunas donde se evidencia que los laboratorios farmacéuticos responden a principios de funcionamiento diferentes de la Administración.


Los países han realizado «experimentos naturales» que han arrojado luz sobre innumerables cuestiones que van más allá de la salud y la economía. Este sería el caso de los gases de efecto invernadero que, al ralentizarse o pararse sectores importantes de la economía y la actividad humana, han disminuido sus emisiones.


La pandemia ha mostrado de una manera clara que la cooperación global es deficiente. La reacción de los organismos internacionales y de instancias como la Unión Europea ha sido lenta y descoordinada, especialmente al comienzo de la pandemia y muy mejorable en la fase de la vacunación. Las primeras mediciones sobre los fondos dedicados a la cooperación al desarrollo muestran que ha habido una caída, agravando así la tendencia que se venía produciendo desde hace más de una década. La credibilidad del sistema multilateral podría verse afectada si no se da respuesta a grandes retos como el incremento de la pobreza extrema, los disturbios políticos o la crisis de la deuda de los países en desarrollo. Disturbios políticos que, en parte, pueden deberse a los «sueños aplastados» de los jóvenes que sufren la segunda crisis mundial en 10 años, que no tienen posibilidad de incorporarse al mercado laboral, que pueden perder la década próxima y se enfrentan a serios desafíos para su educación, sus perspectivas económicas y su salud mental. El riesgo de la «desilusión juvenil» no está siendo debidamente atendida en el mundo, pero se convertirá en una amenaza crítica a corto plazo.


En todas partes se están produciendo debates sobre la necesidad de un mayor equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Para ello sería preciso diseñar soluciones innovadoras para ajustarse a las necesidades de los empleados y las empresas. Finalmente, se han incrementado las voces que se venían alzando desde hace algún tiempo sobre la necesidad de replantear la redistribución de la riqueza en el mundo.


Los diversos estudios y escritos producidos en los últimos meses sobre la pandemia arrojan una serie de valiosas enseñanzas de la COVID-19 en el ámbito público. Por lo que respecta a las ideas, se ha puesto de manifiesto la importancia del valor de la democracia, los derechos humanos y el respeto a la constitución y las leyes. A esta conclusión se ha llegado tras numerosos debates en los países sobre la restricción de derechos con motivo de la pandemia. Esto ha llevado a reflexionar más en profundidad sobre el marco constitucional y de derechos que existe en cada país. Uno de los efectos de la pandemia ha sido la caída de la calidad democrática en general en todo el mundo, específicamente por lo que respecta a las libertades individuales y civiles.


La situación actual muestra que es vital para los gobiernos proporcionar información precisa, útil y actualizada a las personas, especialmente en tiempos de crisis. Una de las víctimas de la pandemia ha sido la información fidedigna que se suministra a la población, especialmente a la más vulnerable. Esto no se ha debido siempre a que los gobiernos hayan tenidos dificultad para obtener información fiable y contrastada .


En el bloque de las ideas también se observa cómo se ha resaltado la necesidad de poner el foco en la pobreza, la inequidad, el empleo productivo, la inclusión y la cohesión social. El impacto de la pandemia ha sido muy desigual según los colectivos afectados, sufriendo de una manera más acentuada aquellos a los que la Agenda 2030 se dirige para no dejarlos atrás. La actual crisis sanitaria ha sido especialmente dura, por ejemplo, para el 22 % de la población mundial que tenía graves dificultades para acceder a una atención sanitaria básica y también para los que trabajan en la economía informal o para las personas que viven en países con un sistema de protección débil.


Las personas con discapacidad, las mujeres, las personas enfermas, los niños, las personas mayores, los migrantes y los refugiados son los más afectados por la pandemia, además de forma duradera. Así, las mujeres han considerado 1,3 veces más que los hombres abandonar el mercado laboral o ralentizar sus carreras, lo que podría acabar con el progreso logrado durante los últimos años. Esta situación hace resaltar también la necesidad de que exista una protección social para todos con el fin de fomentar una sociedad resiliente ante situaciones como las que estamos viviendo, ya que es probable que sucedan en el futuro. En definitiva, el hundimiento de la economía y del empleo ha vuelto a poner de manifiesto la importancia de los servicios de apoyo a la población más vulnerable para construir una sociedad más justa y capaz de afrontar retos imprevistos como los actuales.


Otra idea relevante es la importancia decisiva de un Estado con instituciones fuertes y capaces, toda vez que se ha comprobado que es el único actor capaz de afrontar la crisis sanitaria y socioeconómica. La pandemia está mostrando la necesidad de implementar políticas de gran alcance como las reformas tributarias, el fortalecimiento de las normas laborales, la expansión de los sistemas de protección social y la cobertura universal de la protección a la salud. Generar esta fortaleza es un requisito necesario para contar con servicios públicos resilientes.


La COVID-19 ha evidenciado que necesitamos instituciones mejores y más responsables; esto es, más abiertas, que rindan cuentas de su actuación y que mejoren su capacidad y fortaleza institucional. Sin embargo, se ha constatado en muchos casos que las víctimas de la pandemia en el plano institucional han sido la transparencia y la rendición de cuentas.


En una primera aproximación al comportamiento de los distintos países ante la pandemia, parece que han manejado mejor la crisis los Estados impulsados por misiones y con una relación productiva con los creadores de valor en la sociedad, lo que pondría en valor la importancia de forjara alianzas de todo tipo, en línea con el ODS 17 de la Agenda 2030. Esta señala que los principales problemas de la humanidad deben afrontarse de manera conjunta. A esto responde la visión universal, holística e integral de los ODS. A la vista de la pandemia, hay que mantener que la cooperación global es vital para combatir los problemas derivados de la COVID-19 y de las crisis causadas por ella. De esta manera, los riesgos globales deben afrontarse mediante alianzas globales para garantizar nuestra supervivencia.


En este bloque institucional hay que destacar que la pandemia ha hecho aflorar el papel del gobierno y su misión: lograr la unidad del país, fomentar la solidaridad y alcanzar la integración social. Una de las maneras de medir cómo han encarado los gobiernos las consecuencias de la pandemia es precisamente a través del rendimiento en estas variables.


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